Las posadas: la devoción de recibir
La costumbre de celebrar los nueve días antes de Navidad recordando el viaje de José y Maria hacia Belén, y cómo iban pidiendo posada y todos se la negaban, surgió en los principios de la evangelización de México, y todavía se mantiene viva allí y en Estados Unidos.
Es evidente porqué entre los inmigrantes a este país esta devoción cala muy hondo. Al pedir posada, se identifican con José y Maria de manera especial. Lo que vivieron José y Maria en el camino a Belén, ¿cuántas veces no lo ha vivido en carne propia el inmigrante y su esposa? ¿Cuántas veces no han ido de puerta en puerta pidiendo alojamiento y trabajo, y se lo niegan, y hasta con desprecio? Hasta las leyes del país, representado en el posadero de Belén, les cierra las puertas, hace ilegal el ofrecerles empleo, y los trata como sospechosos –“no puedo abrir, no sean unos atracadores, terroristas… Más vale que se regresen a su tierra”.
El pueblo hispano del suroeste del país es quien ve esta relación más claramente y por eso la costumbre es tan popular. Pero puede ser instrumento catequético en las parroquias de todo el país, ya que sería casi imposible encontrar alguna que no tenga inmigrantes. Donde se celebra con la debida preparación de los participantes y públicamente, puede constituir un palpable recordatorio a este pueblo mayormente cristiano de que en los inmigrantes o pobres “indeseables” (como muchos los consideran) se esconden Maria, José y el Divino Niño. Así también la práctica da al inmigrante consuelo al saber que el camino tan amargo y duro que ellos viven en estos momentos lo caminaron primero esos santos peregrinos, que se vieron forzados a pasar la primera Navidad en un establo, porque nadie los acogió.
La devoción de las Posadas es una magnífica oportunidad pastoral para asegurar a los inmigrantes que esos santos peregrinos les acompañan en su duro caminar, y la Iglesia puede dar testimonio patente de que en este país hay gente que tiene ojos para reconocer en el extranjero pobre que toca a su puerta a los peregrinos de Belén.
La devoción se ha mantenido, no sólo por su entrañable sabor navideño, sino porque celebra un valor íntegro de la fe cristiana: la hospitalidad al que no tiene amigos ni valedores. En esas personas, que no pueden recompensar nuestra hospitalidad y ayuda (Lucas 14:12-14), se esconden Maria y José –y dentro de Maria se esconde el Señor Jesús, en toda su debilidad humana. ¡Que triste es haber tenido la oportunidad de haberlos recibido, y haberla dejado pasar! Y, ¡que felicidad haberlos recibido, aun sin saber que la pobre esposa encinta, que ya no podía andar, era la Reina del Cielo y llevaba consigo al Hijo de Dios! Y si abrimos nuestras puertas al desconocido estaremos seguros de ser bienvenidos en el Reino de Dios (Mt 25:35).
por Marina Herrera, PhD